- Opinión de Mauricio Soto, jefe del Programa Bienestar de la Fundación María José Reyes, publicada en El Rancagüino y Diario VI Región.
El Diagnóstico 2025 de la Defensoría de la Niñez reporta un aumento sostenido en las atenciones de salud mental para niños, niñas y adolescentes, alcanzando en 2024 los niveles más altos registrados por el DEIS.
En este escenario, la salud mental infantil no puede seguir siendo un tema periférico. Es la base del bienestar y del desarrollo integral: un equilibrio emocional y social que permite aprender, relacionarse y confiar en sí mismos. No se trata solo de evitar problemas, sino de crear entornos que favorezcan un crecimiento sano y acompañado.
Desde nuestra experiencia en la Fundación María José Reyes, en la Región de O’Higgins, hemos comprobado que la familia y el colegio son los pilares más influyentes en el bienestar emocional de los niños y niñas. Cuando ambos se comunican, se observan y actúan de manera coordinada, forman una red de apoyo real y efectiva.
Esta alianza es clave en tres momentos:
- Prevención y detección temprana, porque toda dificultad significativa suele manifestarse tanto en casa como en la escuela.
- Atención terapéutica, donde la participación de los adultos cercanos es decisiva: la intervención individual no basta sin un entorno que acompañe.
- Seguimiento, cuando es necesario mantener la atención para consolidar los avances y evitar retrocesos.
No todo desafío emocional requiere tratamiento clínico. Parte del desarrollo consiste en aprender a tolerar frustraciones y fortalecer la autonomía. Lo esencial es ofrecer espacios donde los niños puedan expresar lo que sienten, con adultos —en casa y en la escuela— que los escuchen y contengan.
Cuando familia y colegio promueven juntos hábitos y vínculos saludables, los niños se sienten seguros y capaces de enfrentar la vida con resiliencia. Tal vez sea hora de que esa misma coherencia inspire también las políticas públicas que buscan acompañarlos.