- Columna de opinión de Ana María Correa, directora ejecutiva, publicada en El Rancaguino.
El recién lanzado Plan Nacional de Lectura, Escritura y Oralidad promete algo que Chile necesitaba con urgencia: una política sostenida, con metas a 2030, coordinación entre ministerios y evaluación permanente del comportamiento lector. Por primera vez, se propone que la lectura, la escritura y la oralidad sean parte de una misma estrategia pública y territorial.
Celebramos que el país vuelva a mirar la lectura como una fuerza transformadora, capaz de abrir horizontes personales y colectivos. Ojalá esta noticia no quede escondida entre titulares pasajeros, porque leer —y enseñar a leer— es el punto de partida de toda oportunidad futura.
Pero toda política pública —como toda historia— se vuelve real solo cuando alguien la encarna. Y ahí está el verdadero desafío: que las palabras del plan encuentren cuerpo en escuelas, comunidades y programas que ya están leyendo junto a los niños y niñas del país.
Desde la Fundación María José Reyes, hace una década trabajamos en esa dirección. A través de tutorías personalizadas en escuelas con altos índices de vulnerabilidad en la Región de O’Higgins, hemos visto cómo un acompañamiento sostenido puede cambiar no solo el nivel lector, sino también la confianza y el vínculo con el aprendizaje.
El nuevo plan puede ser un punto de encuentro. Si logra reunir a todos —instituciones, fundaciones, docentes y familias— bajo un mismo propósito, la lectura dejará de ser una meta y volverá a ser lo que siempre debió ser: una manera de habitar el mundo.
Ana María Correa
Directora Ejecutiva
Fundación María José Reyes